Primera jornada espina Poesía Veinticinco años de mi vida muestran en esta poesía su verdad escondida. Son, más que una obra de arte, estas páginas obra de vida… “ ”


Primera edición

Poesía 1932-1957



Estas páginas reúnen casi toda la poesía que he creado en mi vida. Comienzan con Poemas de un portero, casi infantiles, de mis diez y siete años. Acaso estas canciones balbucientes debieron ser dejadas fuera, pero… ¿quién tiene valor suficiente para arrojar de su vida el recuerdo de su adolescencia? Están, pues, aquí, para explicar cuál fue el comienzo de esta obra de hoy, granada sobre graves dolores, olvidadas alegrías y horas ensombrecidas.


Veinticinco años de mi vida muestran en esta poesía su verdad escondida. Son, más que una obra de arte, estas páginas obra de vida, y en ellas más que el deseo ardoroso de perfección formal hay el afán de mirar cara a cara el rostro del alma humana, cambiante a lo largo de los años, pero siempre idéntico al rostro de su propia verdad.


Digo que está aquí casi toda mi poesía, porque he perdido irremediablemente algunos poemas. Perdí “Naufragio” y “Canto al pueblo de la eterna esperanza”, que debieron ir en Luz del nuevo paisaje, mi primer libro, y hasta ahora los lamento. Perdí “Ella y mi sol”, un poema de soledad y muerte, que debió editarse en Fábula, la gran empresa lírica de Marcos Fingerit, pero que en el camino, ya anunciado, se extravió definitivamente. He perdido un poema de lucha juvenil, “Inundación”. Voluntariamente, sólo he excluido “Discurso sobre la muerte de la poesía erótica”, por considerarlo un extravío de juventud.


Van aquí muchos poemas inéditos. Los he situado en el tiempo en que fueron escritos, incorporándolos a los libros en que debieron ser impresos, sin lograrlo porque una sed de selección los excluyó entonces y ahora, al volverlos a leer, más piadoso que el que ayer fui, he encontrado excesivamente severa su exclusión. Nada añaden probablemente a mi obra, pero es posible que ella nada pierda con su presencia, que para mí es, de todos modos, muy amada.


Sale aquí por primera vez, ya antiguo y conocido por muchos amigos, mi poema Laurel de sombra, dedicado a un poeta de mi sangre, hundido en el olvido. Salen aquí, también por primera vez, reunidos, dos poemarios que no he publicado independientemente: La sangre sobre la tierra y ¡Nunca! ¡Nunca!, que en un principio debió llamarse, con versos de Garcilaso, “El dolorido sentir”.


Veinticinco años de poesía en mi vida de cuarenta y tres años de vivir. Son casi toda mi vida. Al repasar estas canciones, de tan variado tono y variada fortuna, una profunda tristeza se me esparce sobre el alma y en mi cabeza las primeras canas me recuerdan que ya no soy joven. La juventud ha sido para mí una antigua costumbre, y este libro cargado de acedos y viejas alegrías, es la prueba de que mi alma se estremece al presentir que algún día habrá de abandonarla.


Jornada cumplida, esta jornada de poesía no significa, en forma alguna, una despedida. Se abre la segunda jornada… y para ella, al terminar estas líneas, he comenzado el poema que será su inicial:


Por la bondad del claro día,

por la tristeza de la tarde,

por el silencio de la noche,

muerte, no vengas este año …


Quito, 1957



Primeras palabras


Segunda edición

Poesía 1932-1957



Era inevitable que yo fuese poeta: lo fue mi abuelo, Manuel Alejandro Carrión Riofrío; lo fue mi padre, José Miguel Carrión Mora y lo fueron sus hermanos, Héctor Manuel y Manuel Benjamín; lo fue mi tío abuelo, Emiliano Mora Bermeo y mis tíos-segundos, Eduardo Mora Moreno y Manuel José Aguirre: la poesía estaba en mi sangre. No sé ya cuando escribí mi primer poema, pero a los 14 ya los publicaba y a los 17 tenía listo para la imprenta (a donde no fue sino después de muchos años) mi libro primigenio, Poemas de un portero.


Creo que soy poeta: el expresarme en poesía es consustancial con mi ser. Escritores de clara sensibilidad crítica como Gonzalo Zaldumbide, Isaac J. Barrera, Benjamín Carrión, Ángel F. Rojas o Alfredo Pareja han encontrado en mi prosa, en cuentos o ensayos, viva mi poesía. El don poético solamente me ha sido negado por el crítico Hernán Rodríguez Castelo, quien lo hizo por seguir a Enrique Anderson Imbert, exagerando al seguirlo, pues el crítico argentino no negaba que yo fuese poeta, sino que decía –refiriéndose a mi poema “El árbol”— que “pesos innecesarios” cargaban mi expresión. En todo caso, para mí una golondrina no hace verano.


Dije ya que mi primer libro de poesía fue Poemas de un portero, escrito cuando yo era colegial de secundaria. No lo publiqué oportunamente y se perdieron varios poemas. Su ingenuidad es, acaso, su único mérito: para Alberto Baeza Flores, que escribió un ensayo sobre él, hay en su inocencia cualidades que yo nunca sospeché. En sus páginas se halla el “Poema del canto viajero”, con el que gané en 1933 el primer premio del Instituto Nacional Mejía: allí se anuncia ya parte de mi poesía de Luz del nuevo paisaje. Incluí mí libro adolescente al publicar la actual colección por primera vez en 1961, diciendo: “¿quién tiene valor suficiente para arrojar de su vida el recuerdo de su adolescencia?” Luz del nuevo paisaje se publicó en Quito en 1935, gracias a la generosidad sin límite de Jorge Fernández, que usó la hermosa imprenta de su padre don Leopoldo. Salió a un tiempo que Escafandra, de Ignacio Lasso; Canto a lo oscuro, de Humberto Vacas Gómez; Nuevo itinerario, de Pedro Jorge Vera: todos libros iniciales de poesía, junto al libro de cuentos del propio Fernández titulado Antonio ha sido una hipérbole. Los escritores de “Elan” llegábamos al libro. El mío fue maravillosamente ilustrado con grabados en madera de Eduardo Kingman y tuvo increíble éxito, iniciado por un artículo de Jaime Chávez en El Día. El poema “Buen año” fue traducido al inglés y al alemán; y el poema “Luz del nuevo paisaje”, al inglés y al francés. Los poetas norteamericanos Dudley Fitts y Francis St. John tradujeron, además, al inglés “Bloqueo a la esperanza roja”, “Canción de la cosecha”, “Cimiento y desarrollo de la vida tranquila”, “Sequía” e “Inundación”, y la editorial New Directions, de Nueva York, los publicó en texto bilingüe a tiempo que me proclamaba uno de los Cinco jóvenes poetas de América con Tennesee Williams, John Frederick Nims, Jean Garrigue y Eve Merriam y Dudley Fitts me incluía en su monumental Antología de la poesía americana, producida en edición bilingüe por la propia New Directions. La Revista Hispanoamericana de Buenos Aires, dirigida por Victoriano Lillo Catalán, me confirió su Premio Hispanoamericano de Poesía; Marcos Fingerit me invitó a colaborar en su famosa revista Fábula, donde hacía sus primeros ensayos, desde España, Camilo José Cela. En Guayaquil, la famosa página literaria de El Telégrafo proclamaba a “Salteador y guardián” el mejor poema del año 1934; ilustrado maravillosamente por Eduardo Kingman, este mismo poema ganaba el concurso de la Primera Exposición del Poema Mural, en Quito. No me puedo quejar de la suerte de mi primer libro.


Poesía de la soledad y el deseo, una colección en la que di un viraje entonces muy discutido entre mis pares, y que yo consideré valiente, escapándome definitivamente de la poesía comprometida y poniendo de nuevo en actualidad entre los jóvenes poetas “los temas eternos”, se publicó en los Anales de la Universidad Central, que dirigía mi inolvidable amigo Alfredo Chávez y circuló luego como “separata” prestigiada por un bellísimo dibujo de Eduardo Kingman en su portada. Se lo dediqué a Benjamín Carrión en prenda de una admiración nunca disminuida y gustó mucho. Fui entonces, a pesar de mi juventud, promovido a Representante de la Poesía en la Junta General de la recién fundada Casa de la Cultura Ecuatoriana; mi poema “Dulce niñera rubia de los sueños” comenzó su carrera triunfal, hasta hoy no detenida, por todas las antologías, y Dudley Fitts lo tradujo mágicamente al inglés; “La espera jubilosa”, convertido en letra de un pasillo, ganó el primer premio de la canción nacional gracias al malogrado joven maestro Ángel Benigno Carrión: hoy esa canción se encuentra olvidada; Juana de Ibarbourou escribió diciendo que yo tenía la inocencia de no saber cuán gran poeta era y Alberto Hidalgo me incluyó en una lista de los mayores poetas de América. Con un poema hermoso prologó mi libro Augusto Sacotto Arias.


Agonía del árbol y la sangre, una colección desigual, en la que exploro muchas direcciones de la expresión y de la técnica, salió en las prensas de la Universidad de Loja con bellísimos dibujos surrealistas de Eduardo Kingman: debo esta edición a la generosidad nunca colmada de Carlos Manuel Espinosa, entonces Vicerrector de la Universidad. Este libro comienza con el poema que censuró Anderson Imbert y permitió que, basado en su autoridad, el señor Rodríguez Castelo me expulsara del Parnaso. Hubo polémicas: algunos amigos, que no aprobaron mi alejamiento de la poesía comprometida –entonces llamada “poesía de cartel”– me acusaron de haber plagiado ese poema de Emile Verhaeren: respondí a tal despropósito publicando juntos ambos poemas en Letras del Ecuador, confiado entonces a mi cuidado. En este libro se halla el “Canto a mi silencio” que tanto gustó a Eduardo Barrios, el gran escritor chileno, y el poema “Plegaria”, sin duda uno de los mejores que he creado, traducido excelentemente por Dudley Fitts al inglés. Son cifra importante de este libro mi “Ciprés para Federico García Lorca” que compuse para el volumen de homenaje de los poetas y pintores del Ecuador a la España Leal y el “Ciprés para Ignacio Lasso”, que llora la prematura muerte del poeta más fino de mi generación. Al final incluí mi “Canto a Eduardo Kingman”, escrito para servir de prólogo, junto a otro de Augusto Sacotto Arias, al álbum de xilograbados Hombres del Ecuador, del gran pintor. Laurel de sombra es un homenaje al grande y triste poeta Héctor Manuel Carrión, hermano mayor de mi padre.


La noche oscura fue publicado en la Casa de la Cultura Ecuatoriana a instancias del grande y noble poeta Jorge Carrera Andrade, entonces Vicepresidente, y absorbe el texto completo de la “plaquette” que con el título de “Tiniebla” publicó la Revista de la Universidad Nacional de Colombia gracias a la fina amistad del brillante poeta y novelista Jaime Ibáñez; y en ella se encuentra el poema “Jonás” que Luis Cardoza y Aragón dijo ser uno de sus predilectos. Tuvo de este libro un éxito inmenso el poema “Invitación a la fiesta de la tristeza”, que inicialmente se publicó en Ecuador 0.0.0, la revista de poesía de Alejandro Finisterre. Este libro mereció un extenso y excelente estudio crítico de Matilde Elena López, entonces gratísima huésped de Quito.


La sangre sobre la tierra es mi excursión por la épica y comienza con el “Canto a la América Española”, escrito para participar en un concurso continental convocado desde México: gané la etapa nacional y en la definitiva me ganó por un voto el gran poeta venezolano Miguel Felipe Rugeles, viejo amigo mío. Mi “Canto a la línea equinoccial” gustó mucho a los editores de Poesía de América, la gran revista de poesía de México, pero me valió también la indignación del poeta Elio Romero, que lo halló “reaccionario”. José María Egas expresó su entusiasmo por los sáficos adónicos del “Túmulo de Vargas Torres”. ¡Nunca! ¡Nunca! es un poemario donde conviven variedad de formas, en el cual está “La consolación por la filosofía”, que tanto gustaba a don Gonzalo Zaldumbide. Trasunta una marcada ansiedad por nuevos temas, nuevas formas, nuevos aires y me muestra gozando ya de un aceptable dominio sobre las formas clásicas, en especial el soneto. En este libro está “Nupcial”, el poema que más amo de todos los míos. Por entonces vino don Francisco Aguilera a Quito y grabó una selección de mi poesía, interpretada por mí, para el Archivo de la Palabra de la Biblioteca del Congreso, que reúne en Washington a los principales poetas del mundo, y gracias a un duplicado de esa grabación, que está en la Universidad de Harvard, pude oír mi voz en la Casa de la Poesía del más ilustre centro de cultura de nuestro continente cuando lo visité en compañía del poeta Archibald McLeish: pequeñas satisfacciones que iluminan la vida de un poeta.


Esta es la historia del libro que pongo en manos del lector, amante de la poesía. Todos estos poemarios, hoy de nuevo reunidos, han estado olvidados y eran prácticamente inencontrables. Por ello vale esta edición cual si fuese la primera. Hay una “segunda jornada”, igualmente voluminosa, con mi poesía a partir de 1958, que contiene la imagen de mis años maduros, cuando he sido ya presa de lo que podríamos llamar “la primera vejez”. La que hoy se publica contiene la imagen de los dorados años de mi juventud. Sed piadosos con ella.


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Historia editorial

Primera edición (1961)

Poesía. Quito: Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1961.


Primeras ediciones de los libros compilados


Índice


Edición facsimilar


Crítica


Segunda edición (1983)

Poesía. Primera jornada. 1932 - 1957. Obras Completas de Alejandro Carrión. Volumen 4. Quito: Centro de Investigación y Cultura, Banco Central del Ecuador, 1983. [Con nuevo prólogo (“Primeras palabras”)].


Edición facsimilar


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Crítica





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