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ESE PRIMER AÑOAquél parecía un día igual a todos los días, pero no lo era. Aquél era un día singular, único, sin igual, un día que presidió una larga etapa de mi vida, en la cual, como es natural y lógico y ocurre en todas las etapas de una vida, pasaron cosas creíbles e increíbles, comunes, monótonas o portentosas, menos pensadas que ninguna y siempre vistas o nunca contempladas, ni oídas.Yo estaba entonces en plena cima de la popularidad, una popularidad no local sino nacional, amigos: una popularidad sin duda igual a la que hubiese tenido San Sebastián si las flechas no lograban matarlo; o la que habría adquirido Abdón Calderón si hubiesen logrado llevarlo al hospital de campaña oportunamente y hubiese sanado de sus graves heridas; y era porque, tras el episodio de los "pichirilos" regresé vivo, si bien con la nariz en avanzado estado natural disgusto en nuestro inolvidable doctor Velasco Ibarra. Me reparé la nariz el doctor Franco, con una foto mia delante, hizo todo lo posible para que saliera igual ala que me habia acompañado por tantos años y la mayor parte de la gente asilo aseguraba, pero yo me quedé para siempre con la idea de que desde entonces la nariz no era completamente mia. La verdad era que, entusiasmados los ecuatorianos por mi regreso, todos me querían, yo era un mimado de los habitantes de este precioso territorio nacional.Y vean ustedes por qué ese dia fue distinto y de él comenzó una serie de días que luego se hicieron meses y mas tarde años que ya no se parecieron a los que viví antes de el: cercana ya la hora del ángelus o del five o'clock tea, llegaron a visitarme Luis y Eduardo Albán, viejos amigos míos, empresarios teatrales activos y eficientes. Ustedes los identificaran al decirles que son los hermanos del "omoto" Albán, en gran medida sus agentes, empresarios y promotores. No venían a hablar de teatro, no querían que yo ingrese a su compañía: venían a proponerme que "sacara" una revista. La verdad: yo me porté escéptico, ellos insistieron: era, según su idea, el momento preciso, el instante en que podríamos alcanzar a dos manos el moñito de la oporttmidad: la gente estaba ladrando por una revista, ciertos monos" habían ya fundado una con el nombre de "Vistazo"; en Quito perfectamente podía vivir otra, ellos pondrían la plata, yo sólo tendría que "hacer" cada número con los ayudantes que quisiera, la revista saldría a mi gusto, en eso ellos no se metían. Ellos se encargarían de la circulación, del "anunciaje" y de la gerencia. Todo era fácil, en materia de circulación ellos conocían el medio, viejos habitantes de la Plaza del Teatro, emporio de canillitas y de puestos de diarios y revistas. Y si se anunciaba que el director era "Juan sin Cielo", recién regresado de las fronteras de la muerte por asesinato, nadie dejaría de comprar la revista.Insistieron, ofrecí un güisqui, no lo quisieron, porfié con una cervecita, tampoco: eran abstemios absolutos y, por último, aceptaron una tacita de café. Al final, acepté, bajo el formidable argumento final "si la revista no prende, simplemente se acaba: tú nada pierdes, nosotros perdemos la plata". Un argumento así es invencible: fui vencido, acepté.Y, claro, ¡a trazar planes! Comencé por llamar al gordito Mantilla, ponerlo al tanto del proyecto, pedirle que trabaje conmigo y me ayude a formar la redacción. Pareció que le gustaba, me hizo una lista de jóvenes periodistas competentes, los convocamos, vinieron, hubo una botija de ron, aceptaron al parecer muy entusiastas y se repartieron el trabajo... y nunca jamás volvieron. Los Albán, que al comienzo estaban entusiasmados con el personal que parecía estábamos consiguiendo, se pusieron primero mustios, luego furiosos y me conminaron a "hacer milagros". El proyecto era demasiado bueno para que muriera sólo "por una partida de muérganos".Fue entonces que por casualidad, que llegó Pedro jorge Vera, en quien nadie había pensado. El mismo lo contó en el No 52 en el que hizo "la historia de La Calle". Fue que Eduardo Alban lo encontró en la Plaza del Teatro y le dijo: "Ven a trabajar con nosotros". Cuenta que sonrió escéptico y "sin entusiasmo" ofreció su colaboración. Después del No 2, si que se entusiasmó y trabajó sin descanso y muy bien, claro esta. Y la verdad es que ese día, con él escribimos algo y Eduardo Alban se lo llevó, tras oir mi consejo de llamar a la revisita La Calle. La verdad es de que Albán hizo el primer número, él solo: fue redactor, armador, corrector de pruebas, contrató la imprenta y dirigió la circulación. La imprenta estuvo bien escogida: era la "Minerva", de Gustavo Izurieta, cuyo regente era el "Ñato" Ortiz y en la que ayudaba y ponía buen humor Bertha Cando. la esposa del dueño. Recuerdo ahora con pesar y horror que los dos, Gustavo y Bertha, fueron asesinados cruelmente por ladrones comunes en una pequeña finca en Santo Domingo de los Colorados.Én su editorial, Eduardo Albán dijo que La Calle no iba a servir a ninguna tendencia ni a combatir por ninguna causa. Así, nos colocó lejos de la vida política: seriamos los testigos que ven pasar la vida desde la orilla del camino y desde allí, sin abanderizarse, cuentan lo ocurrido. Eduardo lo dijo claramente: "Escenario de la vida es la calle: por eso, al arriesgamos a crear, a costa de grandes sacrificios, una revista ecuatoriana para los ecuatorianos, destinada a reflejar la vida de la capital del Ecuador, hemos escogido como símbolo la calle, donde transcurre la vida". El número trataba del nuevo y del viejo carnaval; se hablaba también del atentado de los "pichirilos" contra mi vida, aún fresco en la memoria de todos; había una entrevista, hecha por Jorge Borja, acerca de cómo, con Leonidas Plaza trataron de convencer al presidente Arroyo del Río de reniunciar, y fue a parar el uno al panóptico y el otro al destierro; había una foto de Velasco Ibarra bien acompañado, con Pedro Concha a la derecha y el "omoto" Araujo a la izquierda; Gustavo Alfredo Jácome nos contaba "el horrible suplicio del doctor Juan Borja Lizarzaburo"; se hablaba de una exposición de Eduardo Kingman; había una nota grande acerca del "caso Galíndez" una enormidad cometida por el dictador Trujillo que entonces conmovía al mundo y, como es lógico, muy buena información sobre el espectáculo que los hermanos Albán presentaban en el Teatro Sucre: la zarzuela Los gavilanes y la opereta El Conde de Luxemburgo, por la compañía lírica de María Teresa Rimbau y el maestro Arijita.Así fue el primer número, casi apolítico, porque en un rinconcito había una nota que terminaba con una oración: "iDe los curuchupas, librenos Dios!". Se vendió integro, a 2 sucres el ejemplar, algo increíble. En su nota, Pedro Jorge Vera escribió "La distribución del primer número fue el mayor de los éxitos. Porque al oir revista dirigida por Juan sin Cielo el público la agotó en pocas horas". Claro está que para el número siguiente --la revista seria semanal-- nos pusimos a trabajar con ahinco. Eduardo Albán había tenido una inspiración: había propuesto a Pedro Jorge Vera la sub-dirección: allí se quedó por años, trabajando muy duro y muy bien, hasta que San Juan bajó el dedo.Pensamos entonces las cosas muy en serio y contratamos a Jorge Vivanco y a José Félix Silva para que constituyan nuestro "cuerpo de redacción": el poeta Silva no duró mucho, Vivanco nos acompañó por años: era en aquel entonces delgadito, sonrosado, sonriente, con mucho cabello, estaba recién casado, trabajaba como un tigre con clarísimo talento y jamás tenía miedo. Esta vez había entrevistado al joven aviador Rafael Andrade Ochoa, que había volado, por primera vez, desde Quito a Bahía de Todos los Santos, cruzando la llanura amazónica. Hubo buenos artículos, uno de Enrique Garcés sobre la "generalita", otro de Gustabo Adolfo Otero sobre "diplomacia y culinaria", se incorporó a la redacción el indio Mariano con su página titulada "cartas de mi compadre"... ¡Y habían los dos primeros anuncios: cigarrilos King y cerveza Victoria! ¡Lo principal para hacer frente a un buen chuchaqui!Y pronto vinieron días difíciles, tal como lo cuenta Pedro Jorge Vera: "En el tercer número vino la catastrofe". Los hermanos Albán habían confiado principalmente en los ingresos de circulación, y ya se sabe que éstos son siempre insuficientes y llegan lentamente. Estábamos ya desfinanciados al llegar al tercer numero... La Calle sería un fracaso mas. Pero no nos resignamos. Nos pusimos vigorosamente en movimiento. Los resultados fueron buenos: el "omoto" Rodrigo Cabezas, hombre poderoso y de buen humor nos dio un cheque cubriendo el valor del tercer número y posteriormente se convirtió en nuestro banquero, "sin intereses": a medida que recogíamos circulación y "anunciaje" le ibamos reponiendo sus cheques llenos de buena voluntad. Reclutamos a Guillermo Lassoen el portal del Arzobispo, por donde paseaba majestuosa poderosa para gneta de la poderosa empresa y vinieron colaboradores de buena voluntad, entre ellos recuerdo a Méntor Mera (con bueno consejos), a Patricio Cueva (con pícaras coplas), a David Huerta (con inspiraciones sobre economía nacional y consiguiendoonos anuncios) y a Oscar Villena (con buenos reportajes). Habiamos cruzado el primer mar tempestuosEduardo Albán en su editorial inicial nos colocó fuera de la política. En el Ecuador eso es definitivamente imposible: por carta y por teléfono los lectores nos pedian meternos en politica y al fin eso fue lo que hicimos. Nos situamos en un terreno firme: contra el velasquismo y contra el "curunchaje". Y de allí no nos movimos hasta el último numero. Al decir velasquismo estamos diciendo Cefepé: esa secta velasquista, fundada por Rafael Coello Serrano y conquistada por Carlos Guevara Moreno, era uno de nuestros blancos favoritos. Siguiendo a Eleodoro Avilés Minuche, la llamábamos "la Uperra"... y es que antes se llamaba Unión Popular Republicana, UPR; y Jaime Salinas hizo una caricatura adecuada: una perra con grandes tetas, que se convirtió en su imagen. El primer reportaje de Oscar Villena fue sensacional: el ex-presidente Carlos Arroyo del Río rompió su silencio de 13 años y sus declaraciones fueron comentadas en toda la prensa, en todas las radios, en todas las bocas. Villena, trabajó largamente con nosotros, pero al final... ¡Se afilió al CFP y lo perdimos! Así es la vida, nada se puede hacer.Comenzamos a tratar la entrada a Guayaquil y allí nos ayudaron familiares de Pedro Jorge Vera, especialmente Manuel y Alfredo Vera, este último, el que hoy es ministro de Educación; entonces era muy jovencito y le llamaban "Cachito", no recuerdo haberlo oído llamar por su nombre, hacia de corresponsal.El trabajo de Guillermo Lasso se vio en un aspecto realmente importante: el "anunciaje". La vida de La Calle iba a depender de los anuncios y éstos comenzaron a abundar, aun cuando con ciertas dificultades como cuando el señor presidente de la República nos llamó: "revista de oposición". Fue el doctor Camilo Ponce quien, un día entre los días, recibió de manos de un esbirro eficiente un número de La Calle y tras gozar de la alegría de sus páginas la denuncio como "revista de oposición", lo cual aumentó el númeró de lectores e hizo más difícil conseguir anuncios. En aquellos tiempos el ser de oposición era un impedimento casi invencible para obtener anuncios y sin embargo Guillermo Lasso, sonriendo bajo sus enormes bigotes "de casimir nacional", los conseguía.No está de más hacer constar aquí la elegancia con que aceptamos la calfficación de "revista de oposición". Lean ustedes: "Pues, señor Presidente: aceptamos su calificación. Somos una revista de oposición al fraude electoral, al despilfarro de los fondos públicos, al rapto de ciudadanos en las calles, al encubrimiento de hechos dolosos en administraciones anteriores, a la paulatina destrucción de la eduucacion laica. a la violación de las garantías constitucionales por el facil expediente de la legislación de emergencia economica entendida a la manera velasquista, a la amenaza como medio de govierno y a la utilización de consejos de Estados y de Economia compuestos de liborios. A esto nos oponemos".Convertidos ya de lleno en revista politica, la factura de cada número contuvo una lucha interna, librada en terminos amistosos, de mutua consideración: yo trataba de mantener la revista al nivel del Frente Democratico Nacional, Pedro Jorge pugnaba por situarla a nivel del Pertido Comunista, en el cual lo admitían y separaban en forma alternativa, pero con el cual estaba siempre de acuerdo. En fin de fines, el era quien siempre cedia y una vez lo dijo muy donosamente "Sobre mi hombro está Alejandro leyendo lo que escribo, para que nos se me vaya la viada". Si, casi así era la cosa. T en ese amistoso forcejeo, claro estaba que algún día San Juan bajaria el dedo. Pero esa también es otra historia: quede aqui solo su origen que no hizo punta sino años depues.Por aquel entonces se nos unieron cuatro periodistas que mejoraron mucho nuestras páginas: Cesar Andrade Meneses, "Silvestre", Ramón Puertas y Gabriel Garces Moreano. El primero, que entró con bravas entrevistas politicas, se estableció por algún tiempo como Silvestre --en realidad el finísimo periodista guayaquileño Antonio Muñoz Elinán no solamente nos dio su seccióm "La centella y la nube", sino que fue nuestro gran representante en Guayaquil; Ramón Puertas M. ... era, en realidad, el nombre con el cual firmábamos todos, cuando no queriamos que se nos identifique: le dimos una existencia casi real, tubo una firma y una rúbrica y, por último, publicamos su fotografia, haciéndole una entrevista al mayor Girón; Gabriel Garces Moreano, estaba entonces en Buenos Aires y nos envió una extraordinaria entrevista --en tres tiempos--, con el doctor Velasco Ibarra, quien disfrutaba allá de uno de sus "queridos exilios" y que proclamó: "El doctor Ponce siempre ha estado de mi lado", precisamente cuando el presidente quería crear cierta distancia con su antiguo jefe y protector. ¡Buena jornada!
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