Esta vida de Quito Por: Juan Sin Cielo

Obras completas de Alejandro Carrión
Banco Central del Ecuador

 

Dedicación

Al diario EL UNIVERSO, donde nació y se desarrollo Juan sin Cielo y fue su hogar durante veinticinco años, y al diario LA RAZÓN, donde vivió su última etapa, la más difícil, sin duda.

A Gabriel Pino de Ycaza, que con su entusiasmo arrollador y su amistad generosa como ninguna, me llevó al campo del periodismo, lleno de fe en mi, que traté afanosamente de no defraudar

A Pepita Eguiguren, mi mujer, que me acompañó en los largos años de una lucha donde todo fue puesto en riesgo, con un amor, una valentía y una constancia que no tienen paralelo y que nunca podré re- compensar

 

PROLOGO

 

JUAN SIN CIELO

Fue Gabriel Pino de Ycaza quién no sólo me sugirió que escribiera para la gran prensa, sino que habló con don Ismael Pérez Castro, Director del gran diario “El Universo”, de Guayaquil y obtuvo para mí un contrato de prueba de tres meses, tres artículos a la semana, pagaderos a treinta sucres cada uno. Se trasmitirían por radio desde Quito y aparecerían en la página editorial, firmados con seudónimo, en una columna precedida de un rubro. Se suponía entonces que el firmar artículos con seudónimo daba mayor libertad al periodista: en realidad eso no acontecía, pues muy pronto se sabía quién iba tras el “nom-deplume”.

El 13 de diciembre de1948 llevé mi primer artículo a la oficina del gran diario en Quito y se lo entregué a su jefe, el Licenciado Rafael Borja. La columna sería “Esta vida de Quito...”. primer verso de la “Epístola a Noboa Caamaño” por Arturo Borja. La firmaba “Juan sin Cielo”, por llevar la contraria a los que buscan de apuro un seudónimo y firman siempre “Juan sin Tierra”. Más tarde, Jorge Carrera Andrade creó un poema inmortal con el mismo título y hubo ingenuos que creyeron que lo había hecho en mi honor. Recuerdo que el gran poeta me decía que yo estaba obligado a pagarle arriendo por mi seudónimo: Yo sostenía que era él quién tenía que hacerlo, por usar mi seudónimo para título de su poema..   

El primer artículo, “Los días de la alegría”, salió el 14 de diciembre y lo siguieron “Se indigna un millonario” y “Hay en la jaula un jilguero”, y fueron leídos obteniendo un éxito que era para mí increíble. Verdad que yo tenía cierta experiencia en escribir para la prensa: lo había hecho para el diario “La Tierra”, de Quito, donde tuve un columna titulada “El vigía en su puesto”, pero la verdad es que nadie le prestó atención: también es cierto que el diario socialista circulaba muy poco. El hecho es que al concluirse la primera semana estaba en Quito don Jorge García Cornejo, Administrador General de “El Universo”, proponiéndome un contrato, ”sin límite de tiempo”, por un artículo diario, pagadero a cincuenta sucres. Juan sin Cielo había nacido. Se reúnen en este volumen cien artículos, todos ellos de los dos primeros años de “Juan sin Cielo”, porque fueron esos años iniciales los que revolucionaron el estilo de la prensa ecuatoriana, en cuanto a artículos de página editorial; y dieron a su autor una popularidad que jamás tuvo en este país un periodista. Leyéndolos, el historiador de la prensa puede deducir, constatando las innovaciones que hicieron, la causa de su éxito.

En ellos, el periodista no escribe, conversa. Establece un diálogo vivo con el lector, un diálogo informal, sostenido en un idioma coloquial, cotidiano, sin elegancias rebuscadas ni tecnicismos. No respeta ni al lucero del alba. No tiene trabas ni de pensamiento ni de lenguaje y está siempre al lado de los débiles. Traslucen una gran alegría de vivir que casi nunca se empaña y son de extraordinaria agilidad, fluidos y fáciles. Nada en ello es difícil de entenderse: pueden ser comprendidos hasta por un niño y su autor “no se casa con nadie”. Una buena receta para el éxito.

Contribuyó a popularizarlos la actitud del diario: se me otorgó una libertad sin límites, jamás se me pidió que escribiese en uno u otro sentido, nunca se me sugirieron temas ni se me dieron consejos. Así garantizado, pude desarrollar el estilo, barajar los temas, pelear y reconciliarme en medio de una libertad deliciosa. Es por esto que siempre he sostenido que debo a “El Universo” el campo ideal donde se podía desarrollar mi concepción del periodismo. Nunca un diario fue tan comprensivo con un redactor como el gran diario lo fue para conmigo. Un ejemplo de esta libertad soberbia fue el siguiente: en uno de los velasquismos el diario adhirió al régimen y lo respaldó, pero me dejó libertad absoluta para que lo combatiera y era hermoso ver cómo, en una página editorial inclinada al régimen brillaba la fiera y zumbona oposición “au trance” de Juan sin Cielo.

La primera consecuencia fue que me pelié con el Gobierno y con la oposición al mismo tiempo, con todos los partidos políticos y con todas las fuerzas vivas” . Recuerdo que mi tío Benjamín Carrión me preguntó qué me proponía al buscarle pelea a todo el mundo. Le dije que estaba buscando un lugar bajo el sol. Se logró ese lugar en una forma espléndida. La reacción general hacia Juan sin Cielo fue una inmensa simpatía.

Tuve que viajar por todo el país: organismos obreros y estudiantiles, clubes sociales, asociaciones de productores y deportistas me invitaban y me condecoraban, me entregaban hermosos diplomas. Tengo muchas medallas, más que un General y mi colección de diplomas alcanza para tapizar mi casa. Varios Concejos Municipales, incluyendo el de mi ciudad, me declararon “ciudadano predilecto”: el pueblo de Esmeraldas me obsequió una pluma de oro que es una obra maestra de orfebrería, adquirida por suscripción popular.  Igual cosa hizo el pueblo de Machala, entregándome una bella placa de oro. Mi correo fue siempre mayor que el de un Ministerio. Yo era una especie de paño de lágrimas universal: todos los humildes venían a mí con sus quejas. Más tarde, también vinieron los poderosos. Yo estaba profundamente inmerso en la vida del pueblo ecuatoriano, sentía palpitar su corazón y nos comprendíamos mutuamente.

Ya durante el primer año viajé por toda la América del Sur, y aquí se dan algunas crónicas escritas durante el viaje: las publico porque se leyeron con igual interés que mis artículos comunes. Más tarde, viajé, por todo el mundo y mis lectores viajaron conmigo. Yo les explicaba, en mi estilo jovial, lo que iba viendo y lo que ese espectáculo me sugería y el los me acompañaban.

Me iba bien: el diario estaba contento conmigo, yo estaba contento con el diario...  Con frecuencia, ahora lo veo, me extralimité en epítetos y en ‘seguimientos”, que a veces tomaron el aspecto de verdaderas persecuciones. Es imposible no pecar cuando se tiene tanta amplitud para moverse. A la distancia lo lamento. Inventé palabras y muchas de ellas se incorporaron para siempre al lenguaje común y al léxico político. Popularicé apodos, conté anécdotas reveladoras, hice caricaturas probablemente muy hirientes. ¡Dios, las cosas que yo hice!

Como natural consecuencia de tanto campear por mis antojos, se desarrollaron contra mí odios profundos, que desembocaron en amenazas, juicios de imprenta, atentados de menor cuantía y uno muy grave, en el que realmente se puso en peligro mi vida. Las primeras bombas que en Quito se lanzaron, contra mí fueron. El diario me respaldó siempre, con una adhesión extraordinaria y en cada ocasión hubo una reacción nacional de simpatía caudalosa pocas veces registrada. No solamente me acompañó “El Universo”, sino toda la prensa nacional. Cuando el grave atentado en que se usó contra mí a unos malandrines llamado “los pichirilos”, el diario “El Comercio” me defendió como si mi causa fuera suya y todos los periodistas se movilizaron para descubrir a los malvados. En esa ayuda de mis compañeros destaco principalmente la que me prestaron Guillermo Lasso y Juan de Dios Padilla.

Cuando la Universidad de Columbia, New York, me concedió el Premio “María Moors Cabot”, galardón mayor de la prensa continental, recibí de regreso un homenaje nacional en el Tenis Club de Quito, que me ofrecieron en brillantes discursos los doctores Alfredo Pérez Guerrero y Roque Bustamante Cárdenas y al cual asistió una delegación de la& Fuerzas Armadas encabezada por el General Andrés Santiago Arrata. Recibí otro homenaje de gran magnitud en mi ciudad, en Loja, en el Teatro Universitario “Bolívar”, al que concurrieron, con diplomas y condecoraciones, todas las instituciones y fuerzas vivas de la provincia. Qué días aquellos...

Durante veinticinco años salió diariamente la columna de Juan sin Cielo en “El Universo”, convirtiéndose en una costumbre de los ecuatorianos, y cuando fue trasladada --por motivos que no son del caso--al diario “La Razón”, miles de cartas me llegaron inquiriendo las causas del cambio: en mi nuevo hospedaje estuve poco tiempo, hasta que, elegido don Galo Plaza para Secretario General de la Organización de Estados Americanos, me invitó a trabajar con él: así, murió Juan sin Cielo el 5 de octubre de 1979 a los treinta y un años de vida. Hasta ahora, mucha gente me llama Juan sin Cielo y me escribe bajo ese nombre: el correo siempre da conmigo. Y cuando viajo por la costa, por Guayaquil, por Esmeraldas, por Machala o por Manta, hay siempre buena gente que en las calles se me acerca a saludarme, llamándome, como a un viejo amigo, ‘don Juan sin Cielo”. Me siguen reconociendo a pesar de mis canas y mi rostro de abuelo.

Este libro registra el comienzo de la mayor hazaña de mi vida. Me parece que el leer estos cien artículos del Juan sin Cielo inicial, que no tenía sombra de amargura, muchos lectores recordarán su juventud y volverán a sentirse inmersos en esos lejanos años, cuando el Ecuador era tan distinto —y tan igual, al mismo tiempo. Y los que entonces sólo “tenían siete años”, como el señor Presidente Hurtado, o los que aun no nacían, pueden descubrir cómo era ese periodista legendario del qué sus padres hablan todavía.

Para lograr este efecto he seleccionado artículos que aun se conservan vivos, que pueden trasmitir aun algo de la activa vibración vital que en esos años los animaban. Se ha hecho lo posible para mostrar la diferente calidad de los estilos usados, la multiplicidad de temas, evitando los textos demasiado violentos que pueden aun lesionar respetables susceptibilidades. Confiamos que la selección entregue una imagen completa, pluridimensional, del Juan sin Cielo de los primeros años, el que conquistó su espacio bajo el sol.

Conocoto, febrero de 1982